lunes, 6 de abril de 2009

Fitoterapia (1 de 2)

La fitoterapia es la técnica médica que se sirve de las plantas (del griego phytos, planta) para combatir las enfermedades y restablecer los equilibrios de la salud. En otros países a esta técnica se la denomina Herbalismo.

Historia
Desde el comienzo de creación los seres vivos hemos sostenido una desigual lucha contra la enfermedad y la muerte, en la que se han intentado todo tipo de soluciones, pero de la que, a la larga, desgraciadamente, siempre salimos perdedores.

Los animales tienen un instinto ancestral que les hace saber elegir, en un momento determinado, la planta que deben comer para purgarse o qué alimento necesitan para restablecer pequeñas alteraciones de su dieta (déficit de algún mineral, vitamina u oligoelemento). Así mismo saben instintivamente qué planta es comestible y cual es venenosa.

Desde que el hombre es hombre, también ha ido buscando distintos remedios para aliviar sus padecimientos. Los primeros remedios que se usaron, por su variedad, abundancia y multipotencia, siempre de forma empírica, fueron las plantas.

Al principio los vegetales se usaron por el mismo instinto que los animales: nuestros antepasados sabían instintivamente cuales les eran necesarios y cuales venenosos.

Mas tarde, con la evolución, el hombre trasciende de lo meramente físico, sustituye el instinto por la memoria y comienza a razonar las posibles relaciones causa-efecto. Así comienza a probar otras plantas distintas: unas por su similitud con el hombre (por ejemplo la raíz del gingseng), otras por su color (la belladona en las fiebres con enrojecimiento) y las más por casualidad.

Los primeros que expresaron una relación entre la concepción filosófica de la enfermedad y la salud del hombre (como organismo complejo sometido a distintos factores naturales) y las plantas, fueron los filósofos griegos presocráticos (Alcmenón de Crotona, Diógenes de Apolonia, etc.).

El padre de la medicina moderna, Hipócrates (médico de Cos, Grecia, del siglo V antes de Cristo), recoge toda la tradición de estos pensadores y busca una causa para las enfermedades y la forma de curar de todos los remedios.

Es, sin embargo, Diocles (otro médico griego del siglo IV antes de Cristo, llamado “el segundo Hipócrates”) el que escribe el primer tratado que describe las plantas y sus efectos medicinales: el “Rhizomikon” (“Tratado de las Raices”).

Pero el verdadero padre de la fitoterapia es Dioscórides que escribe el primer tratado completo de fitoterapia: “Plantas y Remedios Medicinales”. En su libro, Dioscórides describe todas las plantas conocidas en su época y su forma de uso como remedios medicinales. En total describe 824 plantas, distribuidas en cinco libros.

De la biografía de Dióscórides no se sabe demasiado, casi solamente que fue contemporáneo de Nerón (mediados del siglo primero después de Cristo), pero perdura su obra como referencia, de tal forma que incluso los tratados de plantas medicinales escritos actualmente tienden a ser titulados como “Nuevo Dioscórides” o “Dioscórides actual”.

Podríamos decir que desde Hipócrates y Galeno, pero sobre todo desde Dioscórides, la medicina “civilizada” usa las plantas como tratamiento médico habitual. Y, efectivamente, los remedios de hierbas se siguieron usando en toda la historia de la medicina. Así, por ejemplo, en la recopilación de John Parkinsond, de 1630, se recogen 3000 plantas medicinales. De la misma época es el libro de Nicholas Culpeper sobre herbalismo de gran importancia en Europa (sobre todo en Inglaterra).

Sin embargo, aunque los remedios herbales seguían siendo el soporte fundamental de los tratamientos médicos, cada vez se fueron usando menos hierbas determinadas para dolencias concretas, comenzando a extenderse la tendencia a prescribir polifármacos. Este fenómeno fue debido a dos motivos: por un lado se comenzaron a extraer los componentes químicos de las plantas y por otro a la afición de la clase médica a recetar mezclas de distintas sustancias. De esta forma el médico se podía atribuir más fácilmente el resultado del tratamiento: era el médico el que curaba, no la planta o la naturaleza.

En esta dinámica de sustituciones a principios del siglo XIX se extrajo la morfina de al Adormidera (Planta del Opio) y esta sustancia comenzó a sustituir en las recetas al Láudalo —tintura alcohólica del Opio— que era uno de los medicamentos más prescritos hasta entonces.

Paulatinamente la Industria Química comienza a registrar principios activos aislados de las plantas y a buscar sustitutos sintéticos a los mismos y la Industria Farmacéutica comienza a enterrar al remedio herbal.

Entre los pocos profesionales que se resisten a esta evolución merecen una mención especial: Hilda Leyel (que en el periodo entre guerras funda la sociedad de herbalistas británica) o Maurice Mességué que, entre otros, trató al papa Juan XXIII.

El cultivo y la recolección
La composición química de las plantas varía en las distintas épocas del año y en función de diversas circunstancias como la exposición a la luz, la humedad, etcétera.

Tampoco les es indiferente el suelo en el que están cultivadas y los abonos usados (no es lo mismo una planta cultivada en medio del monte, que otra que crece al lado de la carretera, donde absorbe y asimila toda la polución). Los vegetales —como seres vivos que son— incorporan a su ser los nutrientes del suelo y el entorno, por lo que un deficiente abonado o el uso de pesticidas no naturales inhabilitan también a esa planta como medicamento.

Esta es la razón por la que el cultivo y la recolección de la planta, en cuanto al momento (incluida la hora del día) y al lugar, es fundamental en fitoterapia.
Precisamente por todo esto existen preparados de distintos laboratorios -a la venta en farmacias o herboristerías- que optimizan las condiciones de siembra, crecimiento y recolección de las plantas y seleccionan sus partes activas. Si uno no es un experto a la hora de cultivar, recolectar, seleccionar y preparar las platas de uso medicinal (sobre todo en las potencialmente peligrosas), es preferible fiarse de los profesionales y comprarlas ya envasadas.

Esto quiere decir que no se deben recolectar sin más en el monte o la huerta y, también, que no es recomendable comprar las que se venden a granel en los mercados, cuya procedencia no siempre es comprobable y cuya comercialización es, por otra parte, ilegal según las leyes de consumo, farmacia y sanidad.

La consulta de fitoterapia
Para llegar a una correcta prescripción es imprescindible un correcto diagnóstico que en este caso, y a diferencia de lo que sucede en otras terapias no convencionales como acupuntura o la homeopatía, en nada difiere del realizado para las terapias convencionales. Realmente la fitoterapia es una terapia totalmente convencional en todo salvo en una cosa: el medicamento que se prescribe será una planta o una mezcla de plantas, en vez de un medicamento químico.

El criterio de uso, entonces, es el mismo que en la medicina oficial: cada planta se encuadra dentro de un grupo terapéutico en función de sus efectos, de forma que una vez realizado el diagnóstico de la enfermedad se prescribirá la/s planta/s que tenga/n la acción curativa (o paliativa) de ese cuadro patológico, siendo necesario conocer la farmacología de los mismos, es decir: su mecanismo de acción, su dosificación, sus efectos secundarios, sus interacciones y su posible toxicidad.

Los fitofármacos
Los fitofármacos son los medicamentos que el médico receta cuando usa el herbalismo o fitoterapia como técnica terapéutica.

Con una misma planta se pueden fabricar fitofármacos distintos: En primer lugar hay que aclarar que no es lo mismo tomar la planta entera que alguna de sus partes: las hay que, por ejemplo, su hoja es aprovechable y su fruto venenoso, en otras solo es útil su raíz, otras cada parte de la planta tiene distinto uso, por eso lo primero que se debe hacer es elegir la parte de la planta a usar.

Veamos algunos ejemplos: en algunas plantas la parte activa será la planta completa (ortiga, pulmonaria, eufrasia, pasiflora, poleo...) en otros será la planta florida (fumaria...), o la raíz (harpagofito, rábano negro...) o la flor (hipérico, manzanilla...), o las hojas (ortosifon, laurel...), o las semillas (mostaza, lino, onagra...) o el fruto (higuera, endrino...), o incluso hay que afinar tanto como en el caso del regaliz en el que se usa la raíz “del tercer año” o con el muérdago del que se usan las ramas “jóvenes”.

Por último, hay que recordar que la composición de las sustancias que la planta nos puede aportar es distinta en función de que sea fresca o esté desecada.

Autor: Dr. Mariano José Bueno Cortés
Fuente: Biosalud - Instituto de Medicina Biológica y Antienvejecimiento

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